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Oda al sol

Te pide el sol que seas la tibieza que calma y no el frío que estremece, que detiene y que apaga, te pide el sol que seas la vida, la que hace que las plantas existan, que se muevan tras sus rayos y que a la luz de su presencia florezcan en relámpagos y que sólo son visibles por su misma luz, que así seamos todos y no de los que van quitando el verde de la tierra y de su propias vidas, que seamos ese sol que es centro y que nos hace pertenecer a la galaxia, en vez de separarnos y de disgregarnos sin una meta común de hermanas y de hermanos, de ese sol que alumbra y nos hace descubrir y descubrirnos, que permite que veamos sin el artificio de una antorcha, sino tal como es cada cosa y como es cada uno de nosotros, así alumbrarnos, así alumbrar en vez de atraer sombras de temor o de castigo o de culpa, así de luminosos y así de simples, sencillamente ver sin proyectar, sin representarnos a nosotros mismos en lo que vemos y ser como ese sol que siendo el centro de toda la galaxia, no se ufana ni se ejercita en el poder que aplasta, sino que ama siempre a todo cuanto existe